by
10:26
0
comentarios
Cathy Bache
Cuadernos de Pedagogía
Escuela bosque
escuelas al aire libre
la infancia hoy
Secret Garden
Los
pequeños pies de Allystor se mueven con agilidad por la tierra húmeda y
tierna. Sortean los troncos de los árboles, saltan entre las piedras y
las ramas caídas, se deslizan o “escalan” por las pendientes. Con su
mochila al hombro, su anorak y su osito de peluche fuertemente
agarrados, mi improvisado guía se vuelve, de vez en cuando, para vocear
algún consejo: “¡cuidado con el agujero!”, “esto resbala”, “¡vamos, es por aquí!”.
Perdida en el bosque, sin cobertura y a punto de abandonar mi
proyectada visita al “Jardín Secreto”, (una escuela infantil, a dos
horas de Edimburgo), Allystor y su madre, que llegaban tarde, me
rescataron: “Hoy están en la zona del árbol hueco. Mi hijo conoce el camino”,
dijo ella volviendo al coche. La experiencia de dejarme llevar por un
niño de 6 años, en un territorio desconocido, fue un sorprendente
ejercicio de confianza, muy recomendable para cualquier adulto.
La escuela nómada
¡Y
llegamos!. En un claro del bosque, rodeado de robles, pinos, castaños, y
fresnos, destaca un colorido grupo: son 14 niños y niñas (de 2 a 6
años) (hay 18 inscritos) y tres educadoras. Preside la reunión un viejo
plátano con un enorme agujero en la base, por el que se asoman jugando
algunos pequeños. Cathy Bache, una profesora de teatro que residió en
Noruega, impulsó el proyecto hace seis años, tras varias experiencias
cuidando niños en la naturaleza. En cumplimiento de la legislación
escocesa, que no permite crear una escuela sin un edificio, el centro
comunitario de la pequeña aldea de Lethan sirve de punto de encuentro a
las familias, al principio y al final de la jornada. Desde allí, los
niños caminan diariamente a las colinas, en invierno (con temperaturas
que rondan los 0 grados) como en verano: “El bosque es un entorno acogedor que ofrece muchas posibilidades, explica Cathy. “Hay zonas estupendas para resguardarse del viento o de la lluvia, donde la temperatura se mantiene constante”. Durante
todo el año, la escuela transita, nómada, por más de 20 áreas
distintas, acondicionadas y adaptadas a la climatología, con refugios
naturales o tiendas. Sus pintorescos nombres expresan los juegos y la
imaginación de los niños: “donde los tigres”, “el árbol de cocinar”, “la carpa amarilla”, “los columpios para pies”, “la gran hoguera” o “la tienda blanca”, que dispone además de un pequeño huerto y dos grandes arcones donde guardan material escolar y de jardinería. “Con buen tiempo, ellos eligen el lugar, según sus intereses. En caso contrario, lo decidimos nosotras”,
vuelve a explicar Cathy. Aunque estamos casi a finales de junio, es el
clima fresco y nublado de Escocia. Mary, otra de las educadoras, está
montando un tejadillo con lona, “por si llueve”,
mientras los pequeños continúan inmersos en sus juegos. En esta escuela
sin paredes ni techo, los niños recuperan y desarrollan su conexión
innata con la naturaleza; gracias a ella, refuerzan también el contacto
consigo mismos, la claridad con que perciben su cuerpo, sus
pensamientos, sentimientos y deseos. Mediante la exploración y el juego
espontáneo, van construyendo vivencias y experiencias concretas y
directas, en un entorno amplio y respetuoso.
Puedes
continuar leyendo este artículo de Heike Freire en el nº 407 de la
revista Cuadernos de Pedagogía (www.cuadernosdepedagogia.com) dedicado a
la Infancia hoy.
También
puedes publicar tus comentarios con las experiencias de escuelas que
favorezcan el juego al aire libre y en la naturaleza.
0 comentarios:
Publicar un comentario